ENTRE INTENSIDAD E INTELECTUALISMO; AMARSE
Hannah Arendt y Martin Heidegger (ella judía el alemán enemigos políticos, de guerra, de pensamiento, de fe); tarde, se conocieron en la universidad e hicieron realidad el cliché del maestro que se enamora de la alumna y viceversa. Lo suyo fue una amorío pasional intelectualizado, un amor insano, fué una tormentosa relación entre dos seres victimizados por su peso vivencial. Se añoraron, se desearon, se necesitaron y nunca estuvieron juntos realmente. Ella se casó dos veces y él una. Incluso, mientras estuvieron casados tuvieron otras relaciones extramaritales con indistintas personas. A escondidas, Hannah alguna vez le escribió a Heidegger:
“No me olvides, ni olvides hasta qué punto sé viva y profundamente que nuestro amor se ha convertido en la bendición de mi vida. Es una certeza inquebrantable, incluso hoy, en que yo, que no sabía estar quieta, he encontrado arraigo y pertenencia junto a un hombre que quizás sea de quien menos lo hubieras esperado”.
Porque, en efecto, es posible amar profundamente a dos personas al mismo tiempo. Aunque suene descabellado, psicológicamente se puede. Martin Heidegger satisfacía en Hannah Arendt el aspecto intelectual como ni su primer esposo. Nadie se comunicaba mejor en terreno filosófico con Hannah que Martin, y hay que considerarlo de vital importancia porque Arendt desayunaba, comía y cenaba filosofía. Sin embargo, la relación Arendt-Heidegger nunca fue recíproca. Él jamás quiso renunciar a la “estabilidad” que tenía en su matrimonio con la alemana –y nazi- Elfride Petri. Incluso, Martin quería que Hannah y Elfride se convirtieran en amigas; por supuesto, estaba casado con una nazi-, cosa totalmente fuera de lugar si tomamos en cuenta que Arendt era judía. Además, el ego de Martin Heidegger era tal, que no soportaba el de Hannah Arendt entre la comunidad intelectual de los años cuarenta, es decir, la combinación primigenia entre amor con celos profesionales, dicho de otra manera, machismo.
Esta relación era como si Hannah Arendt siempre estuviera en espera de Martin Heidegger, cuando ella, ciertamente, nació para ser protagonista. Y entonces Protagonismo y estabilidad emocional fue lo que encontró con Heinrich Blücher, quien, representa por primera vez en su vida la posibilidad de amar sin tener que renunciar a una parte fundamental de sí misma. Y anotó: “Aún hoy me parece imposible haber conseguido las dos cosas que anhelaba, el gran amor y seguir manteniendo la identidad como persona. Y sólo tengo lo primero desde que también tengo lo segundo. Ahora sé, por fin, lo que significa ser feliz”. Tan fue feliz con Blücher que hasta le dedicó una de sus más grandes obras: El origen del totalitarismo.
El triangulo que Hannah Arendt vivió con Martin Heidegger y Heinrich Blücher – de su primer esposo, Günter Stern, jamás estuvo enamorada, ella lo confesó-, le hicieron escribir en su libro La condición humana esta maravilla: “Porque el amor, aunque es uno de los hechos más raros en la vida humana, posee un inigualado poder de autorrevelación y una inigualada claridad de visión para descubrir el quién, debido precisamente a su desinterés (…) por lo que sea la persona amada, con sus virtudes y defectos no menos que con sus logros, fracasos y transgresiones”. El amor entre estas dos eminencias de un ayer, HANNAH Y MARTIN formula de lo no existente, queda establecido que aun y a pesar de los siglos, las relaciones enfermizas, las relaciones pasionales, las relaciones icónicas o viscerales no son uso exclusivo de los jóvenes, de los pobres, ricos, afamados, ignorantes o profesionales, también entre los filósofos o los intelectuales; el amor, sufre enfermedad convirtiéndose en una pócima que incluso puede confundir amor con veneno.
AMILCAR VENEGAS CISNEROS